La muerte de Mary Moon

III

                 El  cuatro de Julio es ese día festivo especial que nadie puede evitar, John recogió a Mary en la puerta de su apartamento, estaban decididos a romper su silencio por eso hicieron público su encuentro paseando por los lugares donde eran conocidos, estaba eufórico, aprovechó el día de la fiesta nacional para recogerla y fueron a celebrar su última escapada lejos de la ciudad como si fuese un adiós a lo furtivo, a la aventura clandestina que tanto les gustaba pero que ya no era precisa. Pusieron rumbo a Blue Rock Spring en Vallejo, pero antes se exhibieron por toda la ciudad, él tenía las llaves de una casita junto al campo de golf y no desaprovechó la oportunidad para estar con ella en tan idílico lugar. Cruzaron las calles en su Cadillac Convertible azul con la capota plegada, entraron en Presidio y se dirigieron al Golden Gate, el puente estaba atestado pero él quería ir por la ruta romántica, rodeando la bahía aunque eso supusiese soportar el intenso tráfico y varias horas más de automóvil, le gustaba charlar con ella, ver el brillo de sus ojos contrastar con los asientos de piel nacarada, su conversación inteligente, su humor espontáneo y sagaz, su olor, el viento que potenciado por la velocidad hacía de sus cabellos cometas doradas, interminables y brillantes, ver sus piernas largas y suaves jugueteando revoltosas en el salpicadero y sentir sus abrazos inquietos y enamorados. La ruta larga más que un tormento era un goce planeado.

                Lo que certifica en una mujer su atractivo, son sus pies, si estos son agraciados, toda ella será una beldad completa.

-        ¿Quién sería incapaz de enamorarse de un ángel con esos pies tan delicadamente esculpidos? Cuando estoy contigo el tiempo se detiene, nada nos separará, formaremos una familia que durará cien generaciones. – Dijo John. -

-        No hagamos planes, trae mala suerte, deja que las cosas fluyan como lo están haciendo, sin planificarlas. Prefiero un instante de felicidad que mil propósitos inconclusos. – Respondió Mary.-

-        No puedo evitar imaginar un futuro junto a ti, detenido en tus brazos.

-        Vivamos el presente, esa será nuestra promesa de unión.

-        Me encanta que sigas sonrojándote cuando te piropeo, tus mejillas se transforman adquiriendo una tersura nívea como pétalos rosados. Déjame disfrutar de estos instantes y grabarlos con fuego en mi corazón.

                Mary se recostó sobre su hombro, John estaba especialmente inspirado, la carretera parecía llevarlos al paraíso en vez de al infierno, él se sentía en la cima del mundo, nada trastornaría esa unión, al menos nada divino, quién podía prever los avatares de lo terrenal de lo que no controlan los dioses bondadosos, los juegos de los seres malignos por naturaleza, pervertidos que encuentran el goce en todo lo contrario de lo que los bendecidos por el amor experimentan.

             La felicidad y la desgracia van de la mano, juegan con el destino a destrozar cualquier equilibrio noble, bienhechor, cualquier previsión de futuro al menos provechosa, por eso qué sentido tiene pensar en el mañana y perderse en toda su intensidad el instante vigente. Mary tenía toda la razón, como la suelen tener las mujeres y su sexto sentido.

                 Decidieron hacer un alto para reponer fuerzas, pararon en Terry's Waffle House en la interestatal 80 a comer algo y hacerse con algunas provisiones. El local estaba poco concurrido, un par de familias de paso y un tipo solitario en la barra era toda la clientela. No pasaron inadvertidos dos personajes adinerados con su cádillac y la camarera fue rápidamente a atenderlos.

-        Hola Diane. – Dijo John-

-        ¿Cómo sabe mi nombre?

-        Lo llevas escrito en la placa que cuelga de tu blusa.

-        Ah, sí; ¿qué les traigo?

-      Para ella la sopa francesa de cebolla y la ensalada de pasas y zanahorias, para mí las costillas Prime de res en su jugo.

-        ¿Café?

-        No gracias, sólo eso.

                Tras pedir, Mary se levantó para ir al baño, era normal que el solitario de la barra se fijara en ella, era comprensible que su atención se enfocara en esa Venus como la luz del sol atrae a los girasoles, lo que no era lógico es que hablara con ella, por lo que John, que era hombre curtido en las calles, intervino.

-        ¿Qué te ha dicho ese tipo?

-        Nada importante. ¿Estás celoso?

-        No se trata de eso, se trata de respeto, ¿te lo ha faltado?

-        Cálmate, tan sólo ha preguntado si éramos turistas y le he dicho que no.

-        Demasiado tiempo para tan pocas palabras.

                 Las mujeres honradas, las amantes fieles, minimizan las afrentas sufridas para que sus compañeros no entren en disputas violentas, John lo sabía perfectamente y le lanzó al individuo una mirada desafiante que fue esquivada con urgencia, sin remedio, pues el hombre en cuestión como luego se demostró era un cobarde sin escrúpulos.

               Nada debía impedir un día de compromiso eterno, de satisfacción plena, de amor incuestionable, así que Mary se encargó de borrar de inmediato el desencuentro con conversaciones de futuro que era lo que a su amado más le motivaba, entró así en un conflicto personal, en ese que traiciona las convicciones más profundas para satisfacer los deseos del otro, y comenzó a provocar la mala suerte para consentir las esperanzas ajenas a costa de la felicidad propia con un esfuerzo que se convirtió en complacencia del otro contagiada, esa mala suerte en la que creía de forma sobrenatural; si él era dichoso ella no necesitaba más, al contrario que con el resto de los hombres que habían pasado por su vida; además el tipo siniestro se marchó del local al poco rato.

                   El restaurante le insuflo malas vibraciones a John, por lo que estuvieron en él lo imprescindible y fueron rápidamente hacia el refugio que los aguardaba, antes hizo un alto romántico en el parque Hanns, conocía este paraje a la perfección por su trabajo y buscó el lugar más fresco y paradisiaco entre los árboles.

-        ¿Qué hacemos aquí? – preguntó Mary-

-        Este es el lugar y el momento, no voy a esperar más.

                John sacó del bolsillo de su americana una pequeña caja de terciopelo púrpura en forma de corazón que contenía un hermoso y nada ostentoso anillo de compromiso. Mary sonreía ansiosa y feliz cuando un vehículo los deslumbró y aparcó junto a ellos. El instante se eclipsaba como el sol es ocultado por las nubes negras de una tormenta. Ninguno supo cambiar el rumbo de lo que acontecía, así que desilusionados porque la magia de la intimidad más protectora se esfumó como el perfume de una flor marchita, no tuvieron más remedio que esperar como dos adolescentes sorprendidos a que el inoportuno conductor se marchara. Todo duró unos minutos, eternos para ambos, supongo que fútiles para el desafortunado aparecido. Nada podía derrumbar los cimientos de ese futuro que John tanto anhelaba, así que en cuanto el molesto acompañante se marchó él hizo la pregunta que ella esperaba.

-        ¿Quieres vivir el resto de tus días junto a mí?

              Un rostro compungido de felicidad dejaba escapar lágrimas de gozo y afirmación, ella cayó en sus brazos entregando un beso límpido e inmortal, todo era idílico, una unión que perduraría en el tiempo y tal vez en otro espacio, ese que supiese contener la materia existente en sus almas, ese que no fuese “tan humano”.

Un foco de luz deslumbrante les hizo abrir los ojos, esos que cerrados guardaban entre sus párpados y los barrotes de sus pestañas toda la intensidad que podían contener, esos que quedaron cegados por el albor de Belcebú. John estaba molesto por la nueva interrupción, no iba a soportar que un idiota pueblerino se divirtiera a costa de ellos, así que hizo el ademán de salir a darle un escarmiento, Mary lo retuvo, no hubo tiempo de más, el conductor del vehículo lo aparcó rápidamente tras el suyo impidiendo que pudiesen marcharse, salió con una pistola en la mano y comenzó a disparar sobre ellos. Nada pudieron hacer ante tan despreciable y cobarde ataque, la primera bala impactó directamente sobre el porvenir de John, Mary se desplomó en el salpicadero, él no quiso dar crédito a lo que sucedía pero su corazón se partió como un árbol fulminado por el rayo, su pecho se abrió con un lamento infernal, tan sólo un par de segundos después otros dos disparos le hicieron perder la consciencia, cuando pudo ver, Mary estaba fuera del cadillac con el torso desnudo, el tipo del bar la estaba profanando, no podía moverse, su alma lloraba y se consumía como en el peor de los tormentos, la impotencia le corroía las entrañas como la más maligna de las enfermedades, el asesino sacó un cuchillo de caza y desgarró su delicada piel sonrosada marcando el símbolo de la cruz dentro de un círculo mientras susurraba en su oído indolente una frase apocalíptica: “Dios es una cosa que piensa, ahora tu me servirás por toda la eternidad en el infierno”.

                    Muerto en vida ya nada tenía que esperar ni temer, sería por eso y porque el asesino se ensaño con Mary por lo que John sobrevivió para cumplir el castigo de los soñadores, de los que no saben apreciar el momento en toda su intensidad, de los que se pierden en planificaciones malogradas en su propia concepción, de los que duermen en el mañana para alimentar su desdicha hasta convertirla en gula alucinógena. Nadie puede rehacer lo sucedido y para qué sirve lamentarse, un hoy vale por dos mañanas y su percepción forja los cimientos de ese pretérito que ninguno conoce y en el que todos sucumbimos. La vida es un engaño insensato, lo que hagas hoy es lo importante, por eso en este día la memoria de nuestros seres queridos ocupa ese lugar relevante, porque ellos nos enseñaron a vivir sin dependencias y con consciencia. Nuestro padre no cejó  en su compromiso de atrapar al asesino del zodiaco, ese que truncó la vida de John y Mary simplemente por una locura delirante, no pudo conseguirlo, sin embargo consiguió unir esta familia en torno a unos valores indestructibles, levantad vuestras copas, brindemos en memoria de nuestros amigos y nuestros antepasados. Descansen en paz.  

 

 

 

Juan Fco. Cañada

Dibujante: Marcos Cañada
Dibujante: Marcos Cañada