Es la primera vez que hago el amor sin amor,
y como duele.
Es la primera vez que siento sin sentir,
y como hiere.
Hemos aplacado el deseo,
zanjando insatisfechos.
Hemos odiado el instante
que devoró los recuerdos.
Enredados los cuerpos al calor de lo yermo
el fulgor se vuelve pálido,
el ardor se torna gélido.
Y caer, al vacío del descenso.
La cumbre se desmorona,
el farallón es camino
desviando nuestro sino
a un mar de azabaches.
Un fingido gemido seco
que muerto brota inquieto
para alumbrar un encuentro
que regala descontento.
Esta fue la salvaguarda,
un quejío, más, un lamento
de aquel instante sombrío
en que fui un lobo hambriento.
Llora corazón baldío
que lograste tu despecho,
¿Por qué regalas olvido?
a quien, da amor honesto.
Que repiquen mil campanas,
que cien cañones salten el cielo,
quiero cantar la mañana
para romper tú silencio.
Quiero volver a las flores
que tus besos me conceden,
al latir de corazones
que en cadencia pareja
se transforman en tambores.
Y yo; ¡culpable!
Instigador del desaire.
Cuanto lo lamento mi amor.
Que me castigue el desprecio,
que se quede ciego el necio,
que cumpla su penitencia
y supure la impaciencia
de quien más daño
que amor otorgaba;
cuando en ofuscado empeño,
quiso ser amante frío
y compañero pequeño.
No hay castigo que repare
el agravio y la aversión
del malvado malherido,
que convirtió sin motivo
el amor en maldición.
Perdón, perdón
Y cien mil veces perdón.
Juan Fco. Cañada