Deja que mis ojos rieguen tu cuerpo
abandonado entre la sábanas blancas y el tiempo muerto.
Deja que mi piel sienta el aliento de tu piel
y recorra los senderos del mapa desnudo y somnoliento.
Deja que mis labios abran el fruto, crucen la puerta
y gobiernen los gemidos que rompen el silencio.
Deja que el aire arrastre tu aroma a lo más profundo de mi alma acomplejada y rellene la vida de tormentos complacidos.
Deja que mis dedos agarren la simiente florecida
y perfumada para libar el néctar que estremece el cuerpo.
Las sombras cómplices
ocultan mis desvelos, mis acechos,
mis victorias, mis anhelos
y todos los espasmos que vuelven
y derrotan los triunfos
conquistados con vehemencia y esmero.
Deja que mi hambre rellene los momentos;
es ahora;
es cuando nace la sonrisa que sirve de anzuelo,
es cuando tus senos despiertan las ganas de caricias,
es cuando mis huesos ponen empeño
y se convierten en brasas del infierno.
Ahora, sí, ahora;
dejándose llevar por los deseos;
nada es irregular, ilícito o involuntario,
todo clama acompasado, las notas se clavan
hasta el fondo sacudiendo los sentidos
y mis manos colorean tu figura
y todos tus secretos.
El aliento se ha vuelto profundo,
agradecido y extenso;
no quiere dejar escapar
ni una molécula, ni un sorbo, ni un pestañeo.
No puedo soltar el instante,
me agarro a ese trance
y lo encarcelo en mis recuerdos,
embalsamándolos para siempre,
como si fuesen postreros.
Recorro tu espalda una vez más, como si fuese la última,
grabando en la retina hasta las últimas pecas
que caen en cascada sobre las estrecha caderas,
no quiero que se acabe diluyendo el sentimiento,
intento alargarlo, no puedo.
Es ahora, siempre es ahora.