Bar La Esperanza

 

 

Qué necesidad hay de adornar la vida cuando ella en sí misma está cargada de abalorios fútiles, de sueños quebradizos como el cristal, espejismos que se van diluyendo en el horizonte a medida que se acerca inexorable el final. Para que iba a ir al cine o al teatro si la función comienza gratis todos los días a las seis de la mañana. Es levantar las persianas y arrancar la actuación. Los histriones, los mejores que nadie puede disfrutar, sus guiones, los escritos con tinta de sangre en sus genes, imborrables, inalterables, eclécticos. Qué más puedo hacer sino adaptar mi existencia y representar mi papel disfrutando a conciencia.

Conciencia, que palabreja.

Mis dominios son una barra de siete metros, una cocina con una sartén gigante de zinc, una cafetera italiana profesional de cinco brazos y una cristalera que, a modo de púlpito, me muestra una vista inmejorable del entorno y el vecindario. Mis armas, una jeringa metálica con su émbolo de madera, cucharillas, platos y vasos para rellenar el mostrador desde una punta a la otra. Eso que no falte, como el café, la harina y las servilletas de papel fino de propaganda para limpiarse los hocicos. Bueno, y un poquito de gracia que tanto es menester de siempre en este trabajo. Aquí soy el rey. El que quiera comerse el mejor tejeringo de España y beberse un genuino café mezclado tiene que venir al Bar la Esperanza. Servimos el auténtico churro de lazo liso y sin estrías, ese que cruje al morderlo, el que se deshace en la boca como una fruta delicada, el que se mantiene tieso cuando se adentra en la espesura del chocolate, ese que se hace con esfuerzo, con la jeringa metálica, aquella que te obliga al esmero y la diligencia. Así que, desde que la sartén está caliente a hasta que la gente piensa en unos callos o en unas albóndigas, no paramos. Ese es el momento de hacer un alto en el camino y no otro, cuando la gente cambia los desayunos por las tapas.

Los aparatos con engranajes mecánicos son para los bares aburridos e impersonales, esos que te ofrecen la misma hechura de churro como si los sacaran de un molde.

Estar apoyado en la barra de loza hidráulica con sus dibujos modernistas disfrutando de buen ambiente y un desayuno tradicional puede transportarte a dónde quieras, a tu casa, a la Alcazaba, a los años  treinta o a la peluquería de Antonio, es un momento de relax diario que muchos buscan hasta en varias ocasiones cada jornada. Somos a la par que una cafetería un confesionario o un lugar de letargo y contemplación.

La tradición transmitida  por maestros churreros desde hace generaciones es importante para nosotros y quiero que así siga siendo. Si alguien consigue disfrutar con este trabajo pese a las sudadas en la cocina, a la quemadura de mí brazo y a la constante tensión que provoca esa marea de clientes y mi jefe, ese soy yo. Y sólo hay una manera de hacerlo, poner buena cara al mal tiempo con una dosis de sarcasmo y cachondeo que sólo los andaluces tenemos.      

 

EL CARNICERO

               Pepe el gordo no se llama así por casualidad, está tan rollizo como las ristras de chorizo que vende. Quién no sabría que es el carnicero con esa bata blanca con manchas sanguinolentas, esa gorrilla de tela para ocultar un pelo grasiento, ‘encaspado’ y escaso y esa gruesa cadena de oro con el Cristo crucificado.

-   Paco sírveme una copita.

-   ¿Lo de siempre?

-   Pues claro cojones.

-   Vale, tranquilo. Como estamos esta mañana.

Son las seis y cuarto y se va a meter entre pecho y espalda un sol y sombra tras otro, anís con coñac para que nos entendamos, y sin titubeos, como lo hacen los hombres. Los que mueren jóvenes claro está. Si yo me tomo eso ahora con el estómago vacío el café que sirvo parecería chocolate y las tostadas un Cortadillo de Cidra.

Con la mayoría de los clientes siempre es igual de anodino, eterno e inmutable, hay quien ni pide la consumición, un gesto con la cabeza o las tres palabras mágicas “lo de siempre” bastan, como si cambiar un día el café por Cola-Cao o el ‘copazo’ por una infusión de manzanilla fuese un crimen imperdonable, como si tuviésemos la obligación de almacenar en la memoria los gustos y deseos de todos y cada uno de los ‘parroquianos’. Supongo que sus vidas son una perpetua rutina que les consume el alma como el sol del verano seca las flores. Exactamente como la mía, la única diferencia es tener conocimiento de ello y adaptar las circunstancias a favor, pelear contra la herencia de la pobreza y contra ese virus que se llama rutina. Por eso una dosis importante de sátira, ironía, humor, broma, cinismo, falsa adulación o como quieras llamarlo son tan importantes y diría que hasta tan esenciales que son la diferencia entre que esto pase de ser un trabajo distraído a una tortura en el averno.

Yo no soy ni más ni menos que ellos, tan sólo soy Paco, el churrero del Bar la Esperanza.

 

-   ¿Cómo coño quieres que esté? Estos hijos de puta del Mercado Mayorista se creen que trabajamos por amor al arte, que sólo ellos pueden ganar dinero. El pollo a dos ‘duros’ más el kilo y el cerdo a cinco ‘duros’. ¿A cuánto lo vendo para ganar algo? ¿Tú sabes lo que voy a tener que aguantar toda la mañana? El cacareo de las “marías” es insoportable y todas con la misma canción: “que si Pepe cómo está tan caro el pollo, que si Pepe cómo está tan caro el cerdo”

-   Malditos intermediarios. Esos son los que ganan dinero Pepe, los malditos intermediarios. No te quiero decir nada como se está poniendo el kilo de café.

-   Como lo sabes Paco, como lo sabes. Pon otro ‘sol y sombra’

Ya se ha bebido el primero como un pavo engulle el pienso. Cogí la botella de Terry Centenario, yo sabía su reacción pero me gusta ver como el ser humano es víctima de su falta de humildad.

-   Paco con 103 coño. Cuantas veces te lo tengo que decir.

-   Es verdad, perdona. Ya sé que a ti te gusta el brandy fino y de calidad.

Si supiera que se está bebiendo el mismo licor rebajado con anís seco para darle el tono de color y gusto adecuados, supongo que se le quitarían las tonterías de la cabeza. Piensa que porque la botella de 103 es más cara y tiene el tapón irrellenable no le voy a dar el pego. Esta vida es un engaño la mires por donde la mires, y tan sólo depende del lugar del mostrador en el que te muevas, cuando él está cortando la carne sobre la tabla, y sea yo el que le pida las chuletas de cerdo, me tocará a mí “comérmela doblada”.

La conciencia de uno mismo y de las relaciones con nuestros semejantes son más importantes que ningún título, te pone los pies en la tierra y te ofrece la posibilidad de reírte de la existencia. 

Me gusta echar más madera al fuego de las preocupaciones ajenas, de las inquietudes, de los anhelos, eso da más morbo a la escena diaria y distrae las mañanas. Sin desprecio, sin codicia, sin desdén, tan sólo por el hecho de tomarse la vida como una comedia y no como una tragedia ‘chespiriana’, tan sólo por esa dulce sensación de sentirse vivo.

La barra de la cafetería se convierte ineludiblemente día a día en el diván freudiano por el que pasan uno tras otro sin ningún tipo de complejo, y en el que confidencias y negocios se mezclan sin disimulos ni recelos. 

-   Pepe luego irá mi mujer a verte. Trátala bien. Tú ya me entiendes.

-   Claro Paco. Como siempre.

-   ¿Quieres un cafelito? Invita la casa.

-   No gracias, tan temprano me da ardores de estómago.

Yo sé que no quiere tomar otra cosa que no sea su dosis matutina, si la amortigua con algún elemento que le reste los efectos deseados no sería lo mismo. La leche, el café, el pan o cualquier otro alimento a esta hora de la mañana lo va a negar, viene por su medicina, desahogo y alcohol. Consigo entonces mi propósito, quedo bien con la invitación y le pido la contrapartida, cuando mi mujer vaya a comprar a la carnicería que no la engañe, con eso me doy por satisfecho pero si cae unos gramos de carne de más mejor. Aquí todos somos unos piratas y convertimos nuestros negocios en un tira y afloja para mantenernos en la brecha. Es una especie de juego de supervivencia en esta jungla de asfalto en la que nos ha tocado vivir.

-   ¿Cómo va el ‘rollete’ con la niña de la frutería?

-   Calla, calla. Estoy gafado Paco. A esta le llevé hasta un solomillo de cerdo rollizo y fresco, el mejor que tenía. Y le digo: “Vengo a traerte un regalito, para que te acuerdes de mí cuanto te lo comas”. No te quiero contar lo que me contestó.

-   ¿No me irás a dejar a medias?

-   Mira que estoy loco por ella y no paro de hacerle regalos, pero no hay manera. Ese día se pasó un poco. Y yo no se lo dije con maldad, te lo juro por lo más sagrado.

-   Cuenta, cuenta.

-   Cogió una zanahoria, la más gorda y larga que tenía por allí, y me dijo: “Toma, esto es para que te lo metas por el culo y cuando lo hagas te acuerdes de mí”

-   Ya sabes lo que dijo Cervantes “la cólera de la mujer no tiene límites”, pero ten paciencia, algún día caerá como fruta madura del árbol.

-   Encima que le ofrecí mi mejor trozo de carne.

-   Pues por eso alma de cántaro, no te das cuenta que la mujer no ve las cosas como nosotros, que siempre hacen de la simpleza un jeroglífico indescifrable. Tendrías que haber puesto el ojo en una más fea y acorde a tu fornida figura. La pobre pensará que cuando caiga esa masa musculosa encima de su famélico cuerpo se quebrará como cristal.

-   Pero si ya no hay nadie más fea en todo el mercado.

-   Entonces, resignación amigo mío, resignación.

Me fui a la cocina aguantando la risa a contarle a mi amigo Román la escena, no podía contenerme, supongo que las carcajadas se oían en la barra. No podíamos evitar visualizar mentalmente la escena de la verdulera ofreciéndole al carnicero la hortaliza napiforme y la cara de incomprensión de éste. A quién se le ocurre con cuarenta y dos años ligar con una escuálida verdulera de veinte. Tan sólo a personajes que ven una realidad distorsionada.

-   ¿Qué te debo?

-   Veinte duros.

-   ¡Coño! ¿Qué se ha roto? Vaya subidón.

-   Tú lo has dicho Pepe, esto está cada día peor con los intermediarios.

Al pagar las dos copas se dirige a la puerta y en ese instante Román sale a despedirlo.

-   Pepe, ¿sabes con qué me han dicho mi mujer que está muy bueno el pollo?

-   ¿Con qué?

-   Con zanahoria.

Las carcajadas fueron inevitables y estruendosas y la respuesta de carnicero la acorde con la chanza.

-   Iros los dos a tomar por el culo.

-   Pepe, de las gordas y jugosas para que le den sabor a la salsa…

Se fue mascullando algo como “cabrones, como vosotros estáis casados no tenéis problemas en desahogaros cuando os da la gana”, si el supiera lo que es el matrimonio no le preocuparía tanto la soltería.

 

Aproveché el impasse que me regalaba la fermentación de la masa de los churros y la sartén acabando de calentarse para echar unas las risas, que subían y bajaban de intensidad según cruzábamos las miradas, y que se alargaron durante varios minutos para satisfacción de cuerpo y alma. Las lágrimas se me saltaron como si hubiese chupado un limón fuerte y la cara se me puso roja como un tomate. Comenzaba bien el día, con las dosis de humor y chanza necesarios. Hay que aprovechar estos momentos antes de que llegue el que está dispuesto a transmitir su mala leche, a compartir sus desgracias en forma de veneno agrio o simplemente a joder como forma insana de ejercicio intelectual. Que haberlos, haylos, como las meigas.